Evangelio del Día 29 de octubre del 2020

Evangelio Según San Lucas 1: 5-25

En el tiempo en que Herodes era rey del país de los judíos, vivía un sacerdote llamado Zacarías, perteneciente al turno de Abías. Su esposa, llamada Isabel, descendía de Aarón. Los dos eran justos delante de Dios y obedecían los mandatos y leyes del Señor de manera intachable. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; además, los dos eran ya muy ancianos.

Un día en que al grupo sacerdotal de Zacarías le tocó el turno de oficiar delante de Dios, según era costumbre entre los sacerdotes, le tocó en suerte a Zacarías entrar en el santuario del templo del Señor para quemar incienso. Mientras se quemaba el incienso, todo el pueblo estaba orando afuera. En esto se le apareció a Zacarías un ángel del Señor, de pie al lado derecho del altar del incienso. Al ver al ángel, Zacarías se quedó sorprendido y lleno de miedo. Pero el ángel le dijo:

Zacarías, no tengas miedo, porque Dios ha oído tu oración, y tu esposa Isabel te va a dar un hijo, al que pondrás por nombre Juan. Tú te llenarás de gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque tu hijo va a ser grande delante del Señor. No tomará vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo desde antes de nacer. Hará que muchos de la nación de Israel se vuelvan al Señor su Dios. Este Juan irá delante del Señor, con el espíritu y el poder del profeta Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y para que los rebeldes aprendan a obedecer. De este modo preparará al pueblo para recibir al Señor.

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Zacarías preguntó al ángel: ¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy muy anciano y mi esposa también. El ángel le contestó: Yo soy Gabriel, y estoy al servicio de Dios; él me mandó a hablar contigo y darte estas buenas noticias. Pero ahora, como no has creído lo que te he dicho, vas a quedarte mudo; no podrás hablar hasta que, a su debido tiempo, suceda todo esto.

Después de esto, su esposa Isabel quedó encinta, y durante cinco meses no salió de su casa, pensando: «El Señor me ha hecho esto ahora, para que la gente ya no me desprecie.»

Reflexión sobre el Evangelio del Día

Lo que podemos decir de este pasaje bíblico, es que Dios hace cumplir su palabra y sus promesas, Zacarías y su esposa Isabel eran una pareja que tenía temor de Dios, pero tristemente la mujer no podía quedar embarazada, pero eso no detuvo al Señor, él siempre idea un plan para nuestras vidas que es mejor que lo que nosotros queremos.

«No tengas miedo, porque Dios ha oído tu oración» Estas palabras nos las tenemos que grabar en la mente, no tengamos miedo porque Dios está al control de todo. Pues resulta que Isabel daría a luz nada más y nada menos que a Juan el bautista, el hombre que anunciaría la venida de nuestro Señor Jesús. Si esa pareja de esposo recibieron su milagro ¿qué te impide recibir el tuyo?

Creamos fielmente en la palabra de Dios, nunca dudemos de él, porque su mente no es como la de nosotros que es limitada, él tiene planes de bienestar para nuestra vida, pero debemos creerle con todo el corazón y con toda convicción, si puedes; si puedes tener tu casa, si puedes tener el trabajo que deseas, si puedes vivir en el país que deseas, si puedes ser mamá, si puedes hacer todo lo que quieras en Dios. Nunca, pero nunca dudes de las cosas que el Señor puede hacer contigo.

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Oración del Día

Acto de caridad

Dios mío, te amo sobre todas las cosas a ti y amo al prójimo,

porque Tú eres el infinito, el perfecto Bien, digno de todo amor.

Quiero vivir y morir en este amor, prometo servirte y serte fiel

todos los días de mi vida has el fin, eres lo más importante para mi

Digno de gloria, honra y alabanza. En ti espero y confío Amén.

Salmos 26: 1-8

Señor, hazme justicia,
pues mi vida no tiene tacha.
En ti, Señor, confío firmemente;
examíname, ¡ponme a prueba!,
¡pon a prueba mis pensamientos
y mis sentimientos más profundos!

Yo tengo presente tu amor
y te he sido fiel;
jamás conviví con los mentirosos
ni me junté con los hipócritas.
Odio las reuniones de los malvados;
¡jamás conviví con los perversos!

Lavadas ya mis manos y limpias de pecado,
quiero, Señor, acercarme a tu altar,
y entonar cantos de alabanza,
y proclamar tus maravillas.

Yo amo, Señor, el templo donde vives,
el lugar donde reside tu gloria.

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