Evangelio Según San Lucas 4: 14-28
Jesús volvió a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo, y se hablaba de él por toda la tierra de alrededor. Enseñaba en la sinagoga de cada lugar, y todos le alababan. Jesús fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos
y dar vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
a anunciar el año favorable del Señor.»
Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los que estaban allí tenían la vista fija en él. Él comenzó a hablar, diciendo: Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír. Todos hablaban bien de Jesús y estaban admirados de las cosas tan bellas que decía. Se preguntaban:
¿No es este el hijo de José? Jesús les respondió: Seguramente ustedes me dirán este refrán: “Médico, cúrate a ti mismo.” Y además me dirán: “Lo que oímos que hiciste en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu propia tierra.” Y siguió diciendo:
Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. Verdaderamente, había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país; pero Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón.También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero no fue sanado ninguno de ellos, sino Naamán, que era de Siria.
Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se enojaron mucho. Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús, llevándolo a lo alto del monte sobre el cual el pueblo estaba construido, para arrojarlo abajo desde allí. Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.
Reflexión sobre el Evangelio del Día
Jesús era muy querido por la gente, dondequiera que pasara lo amaban, le querían y se maravillaban por las palabras de sabiduría que salían de su boca, muchos tenían el entendimiento para poder comprender lo que él decía, ya que el maestro hablaba en parábolas. Pero aquella vez cuando se dispuso a enseñar de la palabra, dio precisamente con un texto que hablaba de sí mismo, a lo que él completó diciendo que se estaba cumpliendo aquella palabra.
Muchas personas creyeron sin dudar ni titubear porque ya tenían una comunión con Dios, se les revelaba que él realmente era el Hijo de Dios. Pero también había personas que solo lo escuchaban para chismear porque no creían en él ni en sus palabras, y precisamente donde Jesús había nacido era donde más personas escépticas había (de hecho, allí mismo fue donde lo crucificaron).
Entonces él dijo lo que tenía que decir, y al que le cayó la bendición y la revelación, bien; y al que no, también. Él estaba cumpliendo su misión de ir a predicar las buenas nuevas de su Padre y como debían vivir, porque las personas tenían en su corazón: mandamientos, leyes, doctrinas, conocimiento de la biblia; pero su corazón estaba lejos de Dios, y cometían muchos pecados. Entonces escuchemos juntos, tú y yo la voz de Jesús que es el camino la verdad y la vida, él nos conduce al Padre.
Oración del Día
Acto de caridad
Dios mío, te amo sobre todas las cosas a ti y amo al prójimo,
porque Tú eres el infinito, el perfecto Bien, digno de todo amor.
Quiero vivir y morir en este amor, prometo servirte y serte fiel
todos los días de mi vida has el fin, eres lo más importante para mi
Digno de gloria, honra y alabanza. En ti espero y confío Amén.
Salmos 41: 4-13
Mis enemigos me desean lo peor:
«¿Cuándo morirá y se perderá su recuerdo?»
Vienen a verme, y no son sinceros;
guardan en su memoria todo lo malo,
y al salir a la calle lo dan a saber.
Los que me odian se juntan y hablan de mí;
piensan que estoy sufriendo por mi culpa,
y dicen: «Su enfermedad es cosa del demonio;
ha caído en cama y no volverá a levantarse.»
Aun mi mejor amigo, en quien yo confiaba,
el que comía conmigo, se ha vuelto contra mí.
Pero tú, Señor, tenme compasión;
haz que me levante y les dé su merecido.
En esto conoceré que te he agradado:
En que mi enemigo no cante victoria sobre mí.
En cuanto a mí, que he vivido una vida sin tacha,
tómame en tus manos,
mantenme siempre en tu presencia.
¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
¡ahora y siempre!
¡Amén!